Redes Sociales: ¿herramienta o amenaza?
Las redes sociales han revolucionado casi todos los aspectos de nuestra vida, y han tenido un efecto importante en la forma en la que se vive la política en las sociedades. Por un lado, los nuevos canales digitales han pluralizado la comunicación, que antes estaba “monopolizada” por los medios tradicionales como la radio, la televisión y la prensa; han ofrecido espacios a más voces y han agilizado exponencialmente el flujo de información. Por otro lado, entre las voces que han ganado eco se encuentran movimientos que se enclavan en temas que se asumían relativamente superados, al menos en el reino del discurso y la corrección política, desde asuntos muy serios como el racismo y el sexismo, hasta agendas que deberían avergonzarnos como seres humanos racionales como el movimiento antivacunas y las teorías negacionistas de que la tierra es redonda.
Las redes sociales han puesto a prueba los valores democráticos. Si bien la pluralidad es un valor fundamental de la democracia, y las redes sociales han ampliado el número de voces que participan en el debate público, es natural que con este fenómeno también se observara una escalada en el nivel de conflicto intrínseco de las sociedades plurales. En el caso de temas políticos y sociales, abrir un debate en las redes sociales hoy pareciera abrir la mismísima caja de Pandora. De alguna forma, la misma herramienta que ha ofrecido la oportunidad de ejercer nuestro derecho a la libertad de expresión también ha evidenciado las carencias democráticas de muchos (demasiados) miembros de nuestra sociedad; desde la incapacidad de escuchar, entender y respectar a diferentes puntos de vista, pasando por la incapacidad de debatir desde perspectivas opuestas sin violencia, hasta las actitudes más ruines como amenazar, extorsionar, o incluso regodearse ante las tragedias de otras personas.
Pareciera ser que algunos fenómenos que acompañan a estas nuevas plataformas han logrado minar su potencial. Cuestiones que hoy son temas de amplio debate: como el factor de la anonimidad en acusaciones o en la creación de bots que buscan incidir en la agenda; la inmediatez de los canales que fomentan la viralización y argumentación con información errónea o abiertamente falsa; y las consecuencias de la existencia o carencia de reglas de convivencia; son solo algunos de los retos que las nuevas tecnologías tendrán que enfrentar de cara al futuro y como un nuevo actor de poder dentro de regímenes políticos que cambian y evolucionan junto con su contexto. Con los escándalos de Trump y la trama rusa, es atractivo pensar que las fuentes de conflicto en las redes sociales son el resultado de maquiavélicos complots en las más altas esferas del poder mundial. La realidad es que, si bien existen esos incentivos y actividades por parte de quienes juegan el juego político en los niveles más altos, estos esfuerzos sólo se materializan y rinden sus frutos con el apoyo de ciudadanos que atizan el conflicto sin reflexionar en las implicaciones de sus palabras y acciones. Todos y cada uno de nosotros, lo que compartimos y cómo interactuamos con nuestros conciudadanos y “concibernautas” seremos los responsables de que estos valiosos instrumentos se conviertan en una herramienta o una amenaza para nuestras sociedades.
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