El gran presidente de 1976

Entiendo cómo una persona como Andrés Manuel López Obrador puede llegar a ser presidente. Entiendo cómo alguien de Tabasco podría crecer sin comprender del todo cómo un país con tanta abundancia puede albergar una pobreza descomunal, y saberse consciente de que tal fenómeno es intrínsecamente malo e indeseable. Entiendo cómo solo una persona obstinada más allá de lo racional podría ser la única que no se dejaría vencer por un esquema partidista tan cerrado a la ciudadanía que a veces hace pensar que los partidos y sus políticos pertenecen a una especie diferente.

Puedo imaginarme a un Andrés Manuel de 23 años pensando en cómo ayudar a su país. Me lo imagino reflexionando sobre lo aprendido en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM por las mañanas y delineando cuidadosamente una estrategia de gobierno por las tardes o en sus pláticas con amigos. Entiendo cómo el fortalecer el sector petrolero desde unos ojos tabasqueños representaría la llave del cofre del tesoro. Imagino cómo sus experiencias con las comunidades chontales lo llevarían mil veces a reflexionar por qué el gobierno no tiene como prioridad ofrecer un estado de bienestar a estas comunidades vulneradas y preservar las culturas indígenas que nos dan identidad.

Pienso en cómo Andrés Manuel guardó todas estas ideas en unas páginas o en su propia mente y luego se avocó a forjar la ruta que le permitiera implementar este plan para el cual es indispensable una variable: el poder, entendiendo el poder dado el entorno priista en el que esto significaba no solo el poder del gobierno, sin el poder absoluto de un presidente que controla todo en el país.

Pero hacer política y entender cómo el mundo cambia y cómo esto afecta las necesidades de gobierno no es fácil, es más, me atrevería a decir que es imposible. El propio Platón planteaba que el escenario utópico del rey filósofo, la preparación académica, física e intelectual reclamaría casi la mitad de la vida de quien buscara ser el gobernante virtuoso. En el mundo real, el de las democracias imperfectas, quienes buscan acceder al poder, como López Obrador, deben pasar esos mismos 50 años en la vida partidista, en el trabajo de tierra, en las comunidades, repitiendo el mismo mensaje. Un mensaje político que, a diferencia de los problemas sociales, rara vez tiene profundidad y cuya simpleza es la clave para atraer la esperanza del desfavorecido y el olvidado, para que este esfuerzo se traduzca en votos.

Al evitar la profundidad en el mensaje para no distanciarse del pueblo, se deja a un lado la complejidad de la realidad, y con ello, la capacidad de entender fenómenos globales que hoy dictan las condiciones económicas y sociales de las naciones. En el mundo real, la obstinación que te lleva al poder es la misma que obstaculiza tu capacidad de adaptarte al entorno y cambiar la ruta cuando es necesario. El plan de gobierno que Andrés Manuel delineó en su juventud y con el que se ha comprometido a lo largo de su carrera política sería excelente si estuviéramos en 1976. El entorno nacional y global lo recibiría con menos resistencias; con una economía poco integrada con el exterior; un mercado ávido de productos básicos; medios de comunicación controlados por el Estado; una incipiente sociedad civil; un entorno donde la democracia y la pluralidad son sueños a 20 años. Sus intenciones son las correctas, pero el mundo ha cambiado a su alrededor. Esto no es 1976 y Andrés Manuel no tiene 23 años.

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Abigail Martínez

Licenciada en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por el CIDE (Centro de Investigación y Docencia Económicas) y Maestra en Políticas Públicas por Macquarie University. Se especializa en análisis político y comunicación estratégica. Colaboradora de The HuffPost México, Gluc MX y ENEUSmx.

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