De izquierdas, derechas y otros cuentos
El discurso de derechas contra izquierdas en México es obsoleto. A pesar de que muchos políticos, empezando por nuestro presidente, insisten en mantener esas etiquetas en la discusión pública, es tiempo de aceptar que el panorama mexicano y sus instituciones partidistas son muchísimo más complejos que esos dos referentes anquilosados, que generan más discordia que entendimiento porque hoy más que nunca, ambos términos significan lo que cada persona quiere interpretar.
Cuenta la leyenda que en su origen el término izquierda o derecha respondía al acomodo en una Asamblea en la que a la derecha se sentaban quienes apoyaban al gobierno y a la izquierda quienes formaban parte de la oposición. Es interesante que desde entonces existe la comodidad de agrupar en la oposición en términos de “en contra de” (hoy, el “establishment”) y no en favor de algo, pues esto generalmente resultaría muy impráctico y en detrimento de los esfuerzos para confrontar de forma efectiva a una posición mayoritaria. Es más interesante aún que tras muchos años, hoy el grupo en el gobierno siga usando ese calificativo como una etiqueta que trasciende a su carácter político-etimológico de más de dos siglos de antigüedad.
Es imposible hacer un recuento en tan pocos caracteres de la evolución de la terminología, pues al paso de los años las acepciones de cada término han tenido connotaciones muy variadas, generalmente adaptadas a coyunturas y países específicos. En el caso de México, el término resulta muy confuso porque en mi opinión el concepto de la “izquierda” se ha utilizado como sinónimo de “en beneficio del pueblo” de forma muy arbitraria. Desde el arreglo post revolucionario con el Partido Nacional Revolucionario y hasta la conformación del PRI, la (única) institución política “evolucionó” pasando por la mexicanización de incontables corrientes como el nacionalismo, el capitalismo, el socialismo, el intervencionismo, autoritarismo, estatismo, e incluso la democracia, todas ellas, por lo menos a nivel discursivo, siempre fueron ajustadas a una idea general de una postura de centro izquierda, populista y nacionalista. No es casualidad que todos los partidos de lo que hoy conocemos como la izquierda sean escisiones del PRI.
La línea siempre ha sido borrosa, pero la coyuntura política actual hace que sea casi incomprensible. El PAN, que nació bajo el régimen de partido hegemónico enarbolando banderas en favor del liberalismo y la democracia, tras la debacle económica de los ochentas comenzó a unirse con perfiles más apegados a la clase empresarial del país, y con corrientes religiosas que sumaron ideologías sociales conservadoras asociadas con la “derecha”. No obstante, sus plataformas y planes de gobierno siempre contaron con un componente social que dio pie a la creación de programas como el seguro popular o las estancias infantiles, que serían la pesadilla de cualquier derechista o liberal en otras partes del mundo.
El PRI, un partido que durante décadas adoptó medidas nacionalistas y populistas, en su última administración adoptó una serie de reformas neoliberales con una visión primordialmente técnica que terminó derrotada por errores políticos. MORENA y el presidente de nuestro flamante partido gobernante de “izquierda” comparte los proyectos sociales de corte nacionalista y asistencialista, pero no apoya abierta y contundentemente banderas históricamente de izquierda como el matrimonio entre personas del mismo género y el derecho a decidir, en parte reflejando valores compartidos con el partido de corte cristiano (PES) que a pesar de estar en la “derecha” del espectro político ayudó a consolidar el frente de “izquierda” que llevó a AMLO a la presidencia. Si a esto sumamos las acciones de gobierno anunciadas hasta el momento como la eliminación del seguro popular y las estancias infantiles, el protagonismo de las fuerzas armadas en el proyecto de gobierno y medidas muy neoliberales como la austeridad y la promesa de no realizar reformas fiscales como herramienta de redistribución, pareciera que, hoy, las definiciones “correctas” de “izquierda” y “derecha” sólo las tiene el presidente.
Como dirían por ahí: “por el bien de todos” sería preferible que aceptemos que cada administración, aunque sea de partidos iguales o diferentes, tiene un carácter propio que responde más al concepto de Daniel Cosío Villegas del “estilo personal de gobernar” que a las etiquetas de “derecha” e “izquierda” heredadas de regímenes anteriores que hoy no sirven para entender nuestro sistema político. Batallaríamos menos si aceptáramos que lo que estamos viendo hoy no es un gobierno de izquierda sino “obradorismo” y que quienes se oponen no son una “derecha” homogénea sino grupos de la sociedad con preocupaciones en una serie amplia de temas que tendrán grandes dificultades para articular su descontento bajo las reglas electorales y partidistas que existen actualmente en nuestro país. Pero sobre todo, es importante tener presente que la sobre simplificación de las categorías, es muy peligrosa para la vida democrática de nuestro país.
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